martes, 13 de enero de 2015

Cazadores de sombras: Los orígenes - Príncipe mecánico.

Él se inclino sobre ella; sus bocas se encontraron de nuevo y la sensación fue tan intensa, tan arrolladora, que ella cerró los ojos, como si pudiera esconderse en la oscuridad. Él murmuró algo y la acercó contra sí. Rodaron de lado, las piernas de ella entrelazadas con las de él; sus cuerpos moviéndose para apretarse más y más hasta que resultaba difícil respirar y, aun así, sin poder parar. Tessa encontró los botones de la camisa, pero, a pesar de haber abierto los ojos, apenas podía desabrocharlos por el temblor de sus manos. Torpemente, los fue abriendo, rompiendo la tela, Cuando él se quitó la camisa de los hombros, ella vio que sus ojos eran de nuevo pura plata. No obstante, solo tuvo un instante para maravillarse por ello; en seguida estuvo demasiado ocupada admirándose con el resto de él. Era tan delgado, sin los músculos fibroso de Will, pero había algo en su fragilidad que era encantador, como las líneas sueltas de un poema. "Oro batido hasta una finura etérea." Aunque una capa de músculo le cubría el pecho, Tessa le vio sombras entre las costillas. El colgante de jade que Will le había dado le reposaba entre las clavículas.
-Lo sé- dijo él mirándose crítico-. No soy..., quiero decir, parezco...
-Hermoso- concluyo ella, y lo decía de corazón-. Eres hermoso James Carstairs.
Él abrió mucho los ojos cuando ella fue a acariciarlo. A Tessa ya no le temblaban las manos. En ese momento deseaba explorarlo, fascinada. Recordó que, una vez, su madre había tenido una copia muy vieja de un libro, con unas páginas tan frágiles que podían convertirse en polvo al tocarlas y en ese momento Tessa sintió esa misma responsabilidad de ser muy cuidadosa al rozarle con los dedos las Marcas del pecho, los huecos entre las costillas y la curva del estómago, que se estremecía bajo su tacto; ahí estaba algo tan frágil como encantador.
Él tampoco parecía capaz de dejar de acariciarla. Sus hábiles dedos de músico le rozaron los costados y se colaron bajo el camisón para acariciarle las piernas desnudas. La tocaba como normalmente tocaba su adorado violín, con una gracia suave y urgente que la dejó sin aliento. Parecían compartir la fiebre; les ardía el cuerpo y tenían el cabello bañado en sudor, pegado a la frente y al cuello. A Tessa no le importaba; quería ese calor, esa sensación de casi dolor. Aquella no era ella, aquella era otra Tessa, una Tessa de ensueño que se comportaría así. Recordó el sueño donde había visto a Jem en una cama rodeado de llamas. Pero no había soñado que ardería con él. Deseaba más de esa sensación, de ese fuego, pero ninguna novela que había leído le habría explicado qué pasaba a partir de aquel instante.
¿Lo sabría? Will lo sabría, pero sintió que Jem, al igual que ella, debía estar obedeciendo a un instinto que le salía del tuétano.

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