Él se inclino sobre ella; sus bocas se
encontraron de nuevo y la sensación fue tan intensa, tan arrolladora, que ella
cerró los ojos, como si pudiera esconderse en la oscuridad. Él murmuró algo y
la acercó contra sí. Rodaron de lado, las piernas de ella entrelazadas con las
de él; sus cuerpos moviéndose para apretarse más y más hasta que resultaba
difícil respirar y, aun así, sin poder parar. Tessa encontró los botones de la
camisa, pero, a pesar de haber abierto los ojos, apenas podía desabrocharlos
por el temblor de sus manos. Torpemente, los fue abriendo, rompiendo la tela,
Cuando él se quitó la camisa de los hombros, ella vio que sus ojos eran de
nuevo pura plata. No obstante, solo tuvo un instante para maravillarse por
ello; en seguida estuvo demasiado ocupada admirándose con el resto de él. Era
tan delgado, sin los músculos fibroso de Will, pero había algo en su fragilidad
que era encantador, como las líneas sueltas de un poema. "Oro batido hasta
una finura etérea." Aunque una capa de músculo le cubría el pecho, Tessa
le vio sombras entre las costillas. El colgante de jade que Will le había dado
le reposaba entre las clavículas.
-Lo sé- dijo él mirándose crítico-. No soy...,
quiero decir, parezco...
-Hermoso- concluyo ella, y lo decía de
corazón-. Eres hermoso James Carstairs.
Él abrió mucho los ojos cuando ella fue a
acariciarlo. A Tessa ya no le temblaban las manos. En ese momento deseaba
explorarlo, fascinada. Recordó que, una vez, su madre había tenido una copia
muy vieja de un libro, con unas páginas tan frágiles que podían convertirse en
polvo al tocarlas y en ese momento Tessa sintió esa misma responsabilidad de
ser muy cuidadosa al rozarle con los dedos las Marcas del pecho, los huecos
entre las costillas y la curva del estómago, que se estremecía bajo su tacto;
ahí estaba algo tan frágil como encantador.
Él tampoco parecía capaz de dejar de
acariciarla. Sus hábiles dedos de músico le rozaron los costados y se colaron
bajo el camisón para acariciarle las piernas desnudas. La tocaba como
normalmente tocaba su adorado violín, con una gracia suave y urgente que la
dejó sin aliento. Parecían compartir la fiebre; les ardía el cuerpo y tenían el
cabello bañado en sudor, pegado a la frente y al cuello. A Tessa no le
importaba; quería ese calor, esa sensación de casi dolor. Aquella no era ella,
aquella era otra Tessa, una Tessa de ensueño que se comportaría así. Recordó el
sueño donde había visto a Jem en una cama rodeado de llamas. Pero no había
soñado que ardería con él. Deseaba más de esa sensación, de ese fuego, pero
ninguna novela que había leído le habría explicado qué pasaba a partir de aquel
instante.
¿Lo sabría? Will lo sabría, pero sintió que
Jem, al igual que ella, debía estar obedeciendo a un instinto que le salía del
tuétano.
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