En los ojos de Travis descubrí la misma paz que solo
había visto un puñado de veces, y me impresionó pensar que, al igual que las
otras noches, su expresión de satisfacción era resultado directo de mi
consuelo.
Sabía por experiencia propia qué era la inseguridad, la
de aquellos que soportaban un golpe de mala suerte tras otro, de hombres que se
asustaban de su propia sombra. Era fácil temer el lado oscuro de Las Vegas, el
lado que las luces de neón y los brillos no parecían tocar jamás. Sin embargo,
a Travis Maddox no le asustaba pelear, defender a alguien que le importara o
mirar a los ojos humillados y enfadados de una mujer despechada. Podía entrar
en una habitación y sostener la mirada de alguien el doble de grande que él,
puesto que creía que nadie lo tocaría, que era capaz de vencer a cualquier cosa
que intentara hacerlo caer.
No lo asustaba nada. Hasta que me conoció a mí.
Yo era la única parte misteriosa en su vida, era su
comodín, la variable que no podía controlar. Aparte de los instantes de paz que
le había provocado, cualquier otro momento de cualquier otro día, la agitación
que sentía sin mí era diez veces peor en mi presencia. Cada vez le costaba más
controlar la ira que se apoderaba de él. Ser la excepción ya no era algo
misterioso o especial. Me había convertido en su debilidad. Igual que había
pasado con mi padre.
Abby
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