lunes, 12 de enero de 2015

Maravilloso desastre.

En los ojos de Travis descubrí la misma paz que solo había visto un puñado de veces, y me impresionó pensar que, al igual que las otras noches, su expresión de satisfacción era resultado directo de mi consuelo.
Sabía por experiencia propia qué era la inseguridad, la de aquellos que soportaban un golpe de mala suerte tras otro, de hombres que se asustaban de su propia sombra. Era fácil temer el lado oscuro de Las Vegas, el lado que las luces de neón y los brillos no parecían tocar jamás. Sin embargo, a Travis Maddox no le asustaba pelear, defender a alguien que le importara o mirar a los ojos humillados y enfadados de una mujer despechada. Podía entrar en una habitación y sostener la mirada de alguien el doble de grande que él, puesto que creía que nadie lo tocaría, que era capaz de vencer a cualquier cosa que intentara hacerlo caer.
No lo asustaba nada. Hasta que me conoció a mí.
Yo era la única parte misteriosa en su vida, era su comodín, la variable que no podía controlar. Aparte de los instantes de paz que le había provocado, cualquier otro momento de cualquier otro día, la agitación que sentía sin mí era diez veces peor en mi presencia. Cada vez le costaba más controlar la ira que se apoderaba de él. Ser la excepción ya no era algo misterioso o especial. Me había convertido en su debilidad. Igual que había pasado con mi padre.


Abby

No hay comentarios:

Publicar un comentario