...No me bastaba con ser el último tipo al que había besado. Quería ser el
último a quien había amado. Y sabía que no lo era. Lo sabía y la odiaba por
ello. La odiaba por no quererme. La odiaba por irse esa noche y me odiaba a mi
también, no sólo porque la dejé ir sino porque, si hubiera sido suficiente para
ella, no habría querido irse. Se habría quedado conmigo, hubiera hablado y
llorado, y yo la hubiera escuchado y le hubiera besado las lagrimas mientras se
arremolinaban en sus ojos.
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