Da media vuelta y enfila la calle con paso decidido en dirección
al aparcamiento subterráneo. Sigo mirándola con la esperanza de que se vuelva,
aunque solo sea una vez, pero no lo hace. Desaparece en el interior del
edificio, y tras de sí deja una estela de remordimientos, el recuerdo de sus
bellos ojos azules y la fragancia de un huerto de manzanos en otoño.
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