Y, de pronto, sin
saber cómo, Dante me tenía acorralada contra un árbol y me colocaba
delicadamente detrás de la oreja un mechón de pelo que me había caído sobre la
cara. Me cogió de la barbilla y la levantó ligeramente para mirarme a los ojos;
no podría haber huido de su mirada penetrante aunque hubiera querido. Me perdí
en sus hermosas facciones. Sus ojos pardos guardaban la distancia justa con respecto a
su nariz, recta y rotunda. Sus labios sensuales me ofrecían una sonrisa.
Espesos mechones de cabello castaño caían sobre su frente. Tenía la mandíbula
amplia, bien cincelada y perfectamente afeitada. Y todo eso con el trasfondo de
una piel tersa de tono aceitunado.
No podía quitarme de la cabeza lo agradable que
sería besarle. Todos los demás pensamientos habían sido eliminados, y no me
importaba. Estaba perdida en un sueño divino, y, si no volvía a despertarme
nunca, mejor. <<Besar a Dante>> Sí, eso era exactamente lo que
quería. Me puse de puntillas y, cuando la distancia que separaba nuestras bocas
se redujo, sentí como un batir de alas en mi pecho.
Nora
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