Desde luego, había
besado a Jace, la noche de su cumpleaños, y aquello no había sido seguro ni
cómodo ni placentero, en absoluto. Había sido como abrir una vena de algo
desconocido dentro de su cuerpo, algo más caliente, dulce y amargo que la
sangre. “No pienses en Jace”, se dijo con ferocidad, pero al contemplarse en el
espejo vio que sus ojos se oscurecían y supo que su cuerpo recordaba aunque la
mente no quisiera hacerlo.
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