Él cerró los dedos sobre la mano que ella tenía en
su brazo, abrasándole la piel, ardiendo como el fuego. Y entonces la hizo
volverse y la acerco a sí.
Se quedaron cara a cara, pecho contra pecho. El
aliento de Jem agitaba el cabello de Tessa. Ella notó la fiebre manando de él
como la niebla manaba del Támesis; sintió el bombeo de la sangre bajo la piel
de él; vío con extraña claridad el pulso en la carótida, la luz sobre los
pálidos rizos del cabello, donde le caían sobre la piel más oscura del cuello.
El calor cosquilleaba la piel de Tessa, asombrándola. Ese era Jem, su amigo,
tan seguro y fiable como un latido del corazón, Jem no le hacía arder la piel
ni le aceleraba la sangre en las venas hasta marearla.
-Tessa- la llamó él. Esta lo miró. No había nada seguro
o fiable en su expresión. Tenía los ojos oscurecidos y las mejillas
enrojecidas. Mientras ella alzaba el rostro, él bajó el suyo, colocando la boca
sobre la de ella y, antes de que ella saliera de su asombro, ya se estaban
besando. Jem. Estaba besando a Jem. Si los besos de Will era fuego, los de Jem
eran aire puro después de haber pasado mucho tiempo encerrado en una oscuridad
sin aire. Su boca era suave y firme; le apoyó una mano tiernamente en la nuca,
para guiar la boca de ella hacia la suya. Con la otra mano le cubrió la mejilla
y le acarició el pómulo con el pulgar. Sus labios sabían a azúcar quemado;
Tessa supuso que sería la dulzura de la droga. Sus caricias y sus labios eran
inseguros, y ella sabía por qué. A diferencia de Will, a él si le importaba que
eso fuera algo indecoroso, sabía que no debía tocarla, besarla, que ella
debería estar apartándose.
Pero ella no quería apartarse. Incluso, mientras le
sorprendía que fuera Jem a quien estuviera besando, qe fuera él quien hacía que
le diera vueltas la cabeza y le pitara los oídos, notó que los brazos se
alzaban por cuenta propia y le rodeaba el cuello, acercándolo.
Él aspiró con fuerza sorprendido en su boca. Debía
haber estado tan seguro de que ella lo rechazaría que por un instante se quedo
inmóvil. Ella le pasó las manos sobre los hombros, pidiéndole, con suaves
caricias y con un murmullo contra sus labios, que no parara. Vacilante, él le
devolvió las caricias, y luego con más intensidad, besándola una y otra vez,
con mayor urgencia; le tomo el rostro entre las ardientes manos y sus delgados
dedos de violinista la acariciaron, haciéndola estremecerse.
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