Isabelle estaba
sentada mirando fijamente al otro lado del lago. Parecía una princesa de un
cuento de hadas aguardando en lo alto de su torre a que alguien llegara a
caballo y la rescatara.
Aunque el
comportamiento tradicional de una princesa no era lo que podía esperarse de
Isabelle en absoluto. Ella, con su látigo, botas y cuchillos, haría pedazos a
cualquiera que intentara encerrarla en lo alto de una torre, construiría un
puente con los restos y se marcharía despreocupadamente hacia la libertad, sin
siquiera despeinarse en ningún momento.
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