lunes, 23 de febrero de 2015

Cuatro

De repente me arde la nuca y me la rasco con una mano, incapaz de mirarla a los ojos, aunque los siento sobre mí a medida que se alarga el silencio.
Después entrelaza sus dedos con los míos, y me quedo mirándola, sorprendido. Le aprieto un poco la mano y, a través de mi confusión y agotamiento, se abre paso la idea de que la he tocado media docena de veces (todas por culpa de un error de juicio), pero esta es la primera vez que ella me corresponde.
Entonces se da media vuelta y sale corriendo para alcanzar a sus amigos. Y me quedo en el pasillo, solo, sonriendo como un idiota.

Tobías

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