Se me ocurre
acercarme más a él, no por una razón práctica, sino sólo porque quiero saber
qué se sentiría al estar tan cerca; solo porque quiero hacerlo.
“Tonta”, me dice
una voz dentro de mi cabeza.
Me acerco y me
apoyo también en la pared, ladeando la cabeza para mirarlo. Igual que en la
noria, sé exactamente el espacio que nos separa: quince centímetros. Me
inclino. Menos de quince centímetros. Noto más calor, como si emitiera una
especie de energía qué solo ahora, a esta distancia, soy capaz de captar.
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