lunes, 9 de marzo de 2015

Leal

Christina me rodea los hombros con los brazos, y eso hace que el dolor empeore, porque me recuerda todas las veces que los delgados brazos de Tris me rodearon, primero vacilantes, después más fuertes, más confiados, más seguros de ella y de mí. Me recuerda que ningún abrazo volverá a ser igual porque ninguno será como los suyos, porque ella se ha ido.
Se ha ido y, aunque llorar me parece inútil y absurdo, estúpido, es lo único que puedo hacer. Christina me mantiene erguido y no dice palabra durante un buen rato.
Al final me aparto, pero ella deja sus manos sobre mis hombros, cálidas y llenas de callos. A lo mejor con las personas pasa como con la piel de las manos: que se endurecen después de sufrir mucho dolor. Sin embargo, no quiero convertirme en un hombre endurecido y frío.


Cuatro

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