Cuando,
pisando en puntillas, entran a la sala, Olegario Santana y Gregoria Becerra ya
no son los mismos; algo se les ha encendido por dentro. Antes de recostarse en
el hueco que les han dejado sus hijos, ella lo mira y le susurra un buenas
noches lleno de ternura. Él solo atina a responderle con un leve movimiento de
cabeza. La emoción le ha pasmado la lengua.
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