Odiaba que se comportara
así. Los unicornios y las mariposas le salían por el culo y el aire que lo
rodeaba estaba cargado de corazoncitos. Siempre acababa con el corazón roto y
luego tenía que asegurarme durante seis meses de que no bebiera hasta matarse.
Sin embargo, a America parecía gustarle de verdad.
No importaba. Ninguna
mujer me iba a dejar a mí tembloroso y borracho por perderla. Si no se quedaba
conmigo, es que no merecía la pena.
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