Sonrió y no
dejó de hacerlo hasta que salió todo. Entonces supo que ya podía volver a casa
y que su hermano no volvería a colarse en sus sueños nunca más. Lo añoraría,
pero jamás iba a echar de menos los cadavéricos ojos fijos en el suelo del tren
o el sonido de una tos funesta.
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