Permaneció unos minutos más en el agua, hundido hasta la cintura, antes
de salir y tenderle el libro. Los pantalones se le pegaban en las piernas y no
dejaba de moverse. En realidad, creo que tenía miedo. Rudy Steiner temía el
beso de la ladrona de libros. Debía de haberlo deseado con todas sus fuerzas.
Debió de haberla querido con todo su corazón. Tanto que nunca más volvería a
pedírselo y se iría a la tumba sin él.
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