Prueba no
superada. Aquí estoy bailando sola una canción para dos. ¿Me lo merezco?
Posiblemente sí. Tal vez hiciera lo que no tenía que hacer. O me equivocase con
el momento en que lo hice. Y a pesar de que fueron los segundos más bonitos de
mi vida, también han sido los que han marcado mi existencia. Esta absurda
existencia. Los que no solemos arriesgar tenemos que pensar en los resultados
si damos un paso de más, adelante o atrás. Debemos sumar y restar consecuencias
de los acontecimientos.
Somos presos
de nuestros comportamientos, porque, si no sale bien, nos derrumbamos y
sufrimos como nadie. Llevo cinco meses lamentando un beso. Un simple beso.
¿Cuántos millones de besos por minuto se dan en el mundo? y yo pago conmigo y
con los demás el dar libertad a mis labios por primera y única vez en mi vida.
Es el riesgo tomado sin medir las consecuencias. Te mentiría si te dijera que
ya no siento nada. Pero intento olvidarme de este imposible en el que me
mantengo consiente a duras penas. Echo de menos vivir como cuando no tenía
miedo de querer. Como cuando no tenía miedo de esconderme. Como cuando no tenía
esta sensación de estar oculta tras las sombras de mi propio reflejo. Ahora
siento, no solo rió o lloro. Amo, no solo quiero. Beso en los labios, no solo
en la mejilla. Y nada sale bien. Y lo peor de todo es que por el camino he
dejado sentimientos heridos. Heridos de verdad. Con enormes cicatrices de las
que, a lo mejor, nunca terminan de sanar. La canción se acaba y yo sigo
bailando sola. Prueba no superada.
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