martes, 7 de julio de 2015

No sonrías que me enamoro.

Prueba no superada. Aquí estoy bailando sola una canción para dos. ¿Me lo merezco? Posiblemente sí. Tal vez hiciera lo que no tenía que hacer. O me equivocase con el momento en que lo hice. Y a pesar de que fueron los segundos más bonitos de mi vida, también han sido los que han marcado mi existencia. Esta absurda existencia. Los que no solemos arriesgar tenemos que pensar en los resultados si damos un paso de más, adelante o atrás. Debemos sumar y restar consecuencias de los acontecimientos.
Somos presos de nuestros comportamientos, porque, si no sale bien, nos derrumbamos y sufrimos como nadie. Llevo cinco meses lamentando un beso. Un simple beso. ¿Cuántos millones de besos por minuto se dan en el mundo? y yo pago conmigo y con los demás el dar libertad a mis labios por primera y única vez en mi vida. Es el riesgo tomado sin medir las consecuencias. Te mentiría si te dijera que ya no siento nada. Pero intento olvidarme de este imposible en el que me mantengo consiente a duras penas. Echo de menos vivir como cuando no tenía miedo de querer. Como cuando no tenía miedo de esconderme. Como cuando no tenía esta sensación de estar oculta tras las sombras de mi propio reflejo. Ahora siento, no solo rió o lloro. Amo, no solo quiero. Beso en los labios, no solo en la mejilla. Y nada sale bien. Y lo peor de todo es que por el camino he dejado sentimientos heridos. Heridos de verdad. Con enormes cicatrices de las que, a lo mejor, nunca terminan de sanar. La canción se acaba y yo sigo bailando sola. Prueba no superada.

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