Los colmillos atravesaron la piel de Alec,
rápida y limpiamente, y la sangre le llenó la boca. Oyó a Alec ahogar un grito,
sin darse cuenta, Simon lo tomó con más fuerza, como para impedir que alec se
apartara. Pero Alec ni siquiera lo intentó. Simon podía oír los latidos de su
corazón resonándole en las venas como el repicar de una campana. Con la sangre
de Alec, Simon notó el sabor metálico del miedo, la chispa de dolor y la intensa
llama de algo más, algo que ya había saboreado la vez que bebió la sangre de
Jace en el sucio suelo de metal del barco de Valentine. Quizás, al fin de
cuentas, todos los cazadores de sombras tuviera impulsos suicidas.
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