Abby
no dijo nada mientras me marchaba. Me senté en el sillón y encendí la tele. No
era precisamente un ejemplo de control sobre mi rabia, pero es que esa chica se
me había metido por completo en la cabeza. Hablar con ella era igual que tener
una conversación con un agujero negro. No importaba lo que le dijera, ni
siquiera las pocas veces que tenía claro mis sentimientos. Su capacidad de oír
solo lo que quería era irritante. No era capaz de llegar a su fuero interno y
parecía que ser directo no hacía más que enfurecerla.
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