"Esa mañana el aire vienes nublaba las ventanillas del tren y,
mientras tras la gente iba a trabajar, ajena a todo, un asesino silbaba su
alegre tonada. Compro un billete. Intercambio los corteses saludos de rigor con
sus compañeros de viaje y el revisor. Incluso cedió su asiento a una ancianita
e inicio una educada conversación con un apostador que hablaba de caballos
americanos. A fin de cuentas, al hombre que silbaba le encantaba hablar:
Hablaba con ellos mientras los asesinaba, mientras los torturaba y martirizaba
con su cuchillo. Sólo silbaba cuando no tenia con quien hablar, por eso también
lo hacía después de cometer sus crímenes...
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