Al principio
pensó que la lección bajo los almendros era un cambio casual, debido tal vez a
las reparaciones interminables de la casa, pero en los días siguientes
comprendió que Fermina Daza estaría allí, al alcance de su vista, todas las
tardes a la misma hora de los tres meses de las vacaciones, y esa certidumbre
le infundió un aliento nuevo. No tuvo la impresión de ser visto, no advirtió
ningún signo de interés o de repudio, pero en la indiferencia de ella había un
resplandor distinto que lo anima a persistir.
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