Fue el año
del enamoramiento encarnizado. Ni el uno ni el otro tenían vida para nada
distinto de pensar en el otro, para soñar con el otro, para esperar las cartas
con tanta ansiedad como las contestaban. Nunca en aquella primavera de delirio,
ni en el año siguiente, tuvieron ocasión de comunicarse de viva voz. Más aún:
desde que se vieron por primera vez hasta que él reiteró su determinación medio
siglo más tarde, no habían tenido nunca una oportunidad de verse a solas ni de
hablar de su amor. Pero en los primeros tres meses no pasó un solo día sin que
se escribieran, y en cierta época hasta dos veces diarias.
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