Me muestro
de acuerdo con ella y la observo, fascinado, mientras vuelve a aparecer en su
piel ese rubor. Me siento frente a ella e intento dominar mis pensamientos.
Ella saca un papel arrugado y una grabadora digital de un bolso demasiado
grande. Es un poco manazas, y el maldito cacharro se le cae dos veces sobre mi
mesa de café Bauhaus. Es obvio que no ha hecho esto nunca, pero por alguna
razón que no logro comprender todo esto me parece divertido. Normalmente esa
torpeza me irritaría de sobremanera, pero ahora tengo que esconder una sonrisa
tras mi dedo índice y contenerme para no colocar el aparato sobre la mesa yo
mismo.
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