Me encuentro
sola. Ya no distingo si es hoy o mañana, porque todos los días me parecen
iguales. Nadie me pregunta cómo estoy o qué es lo que siento. Ni siquiera mi
madre o mi padre, que se han cansado ya de intentar animarme. Soy un caso
perdido. Una pieza más de un puzzle que nadie va a terminar.
Nunca he
encontrado un amigo de verdad. Alguien que se esfuerce por hacerme reír o que
llore conmigo cuando estoy triste. Si me caigo, me levanto yo sola.
A mis
diecisiete años, tampoco he tenido novio; un chico que quiera descubrir cómo
beso o cómo abrazo. O simplemente, averiguar cómo sonrío si lograra hacerme
feliz.
He llegado a la conclusión de que alguien ha tenido que exprimir y convertir en zumo a la media naranja que me correspondía.
He llegado a la conclusión de que alguien ha tenido que exprimir y convertir en zumo a la media naranja que me correspondía.
Ésa soy yo.
Una tonta adolescente que no busca su sitio en el mundo porque ya lo ha
encontrado junto a un papel en blanco y una historia que contar. Una historia
de pocas líneas. Líneas aburridas, tristes y desordenadas. Incomprendidas. Como
yo.
No me
entienden. Y lo más crudo es que nadie intentará comprenderme.
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