Cuando te
das cuenta, estás en el sofá sentada encima de él, con tus piernas enrolladas
en su cadera, sus manos viajando por toda tu espalda y sus bocas en un juego
extraño, pero placentero, mientras tus manos están sosteniendo su cara, como si
en algún momento fuera a escapar, seguros de que podrían estar de esa manera
durante años y que nada malo pasaría jamás.
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