Y entonces María la ve. En uno de los ventanales de Starbucks, una
jovencita rubia puesta de rodillas sobre un sillón la saluda haciendo gestos
con la mano. Lleva un gorrito de lana de colores y no para de sonreír. Sin
temor a exagerar, Meri piensa que aquel instante es uno de los más maravillosos
que ha experimentado en su vida. También ella la saluda con la mano y con una
gran sonrisa dibujada en el rostro.
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