Se le ha soltado un mechón de pelo y, sin pensármelo, se lo coloco
detrás de la oreja. Ella apoya la cabeza en mis dedos, y la ternura de ese
gesto me sorprende. Le acaricio el labio inferior con el pulgar. Me gustaría
volver a besarla, pero no puedo. No mientras no tenga su consentimiento.
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