No pude discutir. Yo también o echaba de menos. Más de lo
que podría admitir jamás. Me subí la cremallera de la chaqueta, me senté detrás
de él y deslicé los dedos en las presillas de sus tejanos. Me acercó las
muñecas a su pecho y después las puso una encima de la otra. Cuando creyó que
lo abrazaba lo suficientemente fuerte, arrancó y salió despedido a toda
velocidad calle abajo.
Apoyé la mejilla en su espalda y cerré los ojos, mientras
respiraba su olor. Me recordó a su apartamento, a sus sábanas y cómo olía
cuando iba por su casa con una toalla anudada en la cintura. La cuidad se
volvía borrosa a nuestro paso, y no me importaba lo rápido que conducía o el
frío que me azotaba la piel; ni siquiera me fijaba en dónde estábamos. Solo
podía pensar en su cuerpo contra el mío. No teníamos destino ni horario, y
cruzábamos las calles mucho después de que todo el mundo, excepto nosotros, las
hubiera abandonado.
Abby
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