...A última hora de
la tarde, tumbada con la cabeza sobre el regazo de Peeta, hago una corona de
flores mientras él juguetea con mi pelo; de repente se queda quieto.
-¿Qué?- Pregunto.
-Ojala pudiera congelar este momento, ahora
mismo, aquí mismo, y vivir en él para siempre.
Esta clase de comentarios, lo que me dejan
atisbar su amor eterno por mí, me suelen hacer sentir culpable y horrible. Pero
estoy tan cómoda, relajada y más allá de toda
preocupación por un futuro que nunca tendré que dejo salir la palabra:
-Vale.
-Entonces ¿Lo permites?- Pregunta él, y noto por su
voz que sonríe.
-Lo permito.
Sus dedos vuelven a mi pelo y yo me quedo dormida…
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