Cuando la veía, quería estar con ella; cuando estaba con ella, ansiaba
tocarla; cuando le tocaba aunque fuera la mano, quería abrazarla. Quería
sentirla contra él como en el desván. Quería conocer el sabor de su piel y el
olor de su cabello. Quería hacerla reír. Quería sentarse y escucharla hablar de
libros hasta que se le cayeran las orejas. Pero todo eso no lo podía querer,
porque ni lo podía tener, y querer lo que no se podía tener solo llevaba a la
desesperación y la locura.
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