Poco a poco fue idealizándola, atribuyéndole virtudes improbables,
sentimientos imaginarios, y al cabo de dos semanas ya no pensaba más que en
ella. Así que decidió mandarle una esquela simple escrita por ambos lados con
su preciosa letra de escribano. Pero la tuvo varios días en el bolsillo,
pensando en cómo entregarla, y mientras lo pensaba escribía varios pliegos más
antes de acostarse, de modo que la carta original fue convirtiéndose en un
diccionario de requiebros, inspirados en los libros que había aprendido de
memoria de tanto leerlo en la esperas del parque.
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