No te enamores de una persona curiosa. Querrá saber quién
eres, de dónde vienes, cómo es tu familia. Mirará todas tus fotografías y leerá
todos tus poemas. Vendrá a cenar y hablar con tu madre acerca de tu infancia. Te
pedirá que explotes cuando estas enojado y que llores cuando estás herido. Te
preguntara que significa esa ceja levantada. Querrá saber tu comida favorita,
tu color favorito, tu persona favorita. Te preguntara por qué. Va a comprara
eso que te gusto. Prestará atención a esa banda que amas, en caso de que haya
un concierto cerca. Te llevara ese sweater al que le sonreíste una vez. Aprenderá
a cocinar tus comidas favoritas. No dejara un suspiro sin explicación. Querrá
saber que hizo exactamente, que hizo para que la amaras. Año, mes, día, semana,
a qué hora fue, que dijo, que hizo, como te sentiste.
Los curiosos no se conforman con el exterior, desean el
interior. Su curiosidad le ha enseñado cosas muy útiles. Ellos quieren lo que
te hace pesado, lo que te hace sentir incomodo, lo que te hace gritar de alegría,
ira y de angustia. Su piel se convertirá en páginas en las que aprenderá a
derramar tu ser. Desabrochará tu camisa y leerá cada cicatriz, cada marca, cada
curva. Explorara cada una de tus extremidades, cada órgano, cada pensamiento,
todo tu ser.
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